En
el año 210 a.C. un general chino llamado Xiang Yu condujo sus tropas al
otro lado del río Yangtzé para atacar al ejército de la dinastía Qin.
Tras detenerse a orillas del río para pasar la noche, sus soldados se
despertaron a la mañana siguiente para descubrir, horrorizados, que sus
barcos estaban ardiendo. Se dispusieron a salir corriendo para huir de
sus atacantes, pero no tardaron en descubrir que había sido el propio
general Yu quien había prendido fuego a las naves, y que además había
ordenado romper todas las cazuelas.
Xiang
Yu explicó a sus tropas que, sin las cazuelas y sin los barcos, no
tenían otra opción que luchar hasta la victoria o perecer. No es que
aquello le valiera precisamente un lugar en la lista de generales
preferidos del ejército chino, pero sí logró ejercer un tremendo efecto
de concentración en sus soldados: cogiendo sus lanzas y sus arcos,
cargaron ferozmente contra el enemigo y ganaron nueve batallas
consecutivas, eliminando completamente a las principales unidades de las
fuerzas de la dinastía Qin.
La historia de Xiang Yu es notable porque representa la antítesis absoluta del comportamiento humano normal. Normalmente no podemos soportar la idea de cerrar las puertas a nuestras alternativas.
En otras palabras: la mayoría de nosotros, de haber estado en la unidad
de Xiang Yu, habríamos destinado una parte de nuestras fuerzas a
vigilar los barcos por si acaso nos hicieran falta para una posible
retirada, y habríamos puesto a otro grupo a cocinar alimentos por si el
ejército necesitaba permanecer inmóvil durantes unas semanas. Asimismo,
habríamos dado instrucciones a otro grupo de que machacaran arroz para
preparar rollos de papel por si acaso se necesitaban para firmar los
términos de la rendición de los poderosos Qin (lo que de entrada
resultaba altamente improbable).
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En el contexto del mundo actual, trabajamos igual de febrilmente para mantener abiertas todas nuestras opciones.
Compramos un sistema informático ampliable por si acaso lo
necesitáramos. Contratamos la ampliación de garantía que nos ofrecen con
el televisor de alta definición por si un día la pantalla se quedara en
blanco. Apuntamos a nuestros hijos a todas las actividades imaginables
por si acaso una de ellas pudiera despertar su interés por la gimnasia,
el piano, el francés, la jardinería o el taekwondo, etc.
Puede que no seamos siempre conscientes de ello, pero en todos los casos renunciamos a algo a cambio de tener esas opciones abiertas.
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Corriendo
de aquí para allá entre cosas que podrían ser importantes, nos
olvidamos de dedicar el tiempo suficiente a lo que ciertamente lo es. Es una necedad, pero una necedad en la que somos extremadamente expertos.
Mantener
todas las puertas abiertas no es una manera eficiente de vivir nuestra
vida, especialmente cuando cada semana se nos añaden una o dos puertas
más.
Aunque todavía es más extraña
nuestra compulsión de perseguir puertas de escaso valor: oportunidades
que prácticamente están finiquitadas, o que deberían resultar ya de
escaso interés para nosotros.
En nuestra sociedad actual constantemente se nos recuerda que podemos hacer todos lo que queramos y ser todo lo que deseemos. El único problema es estar a la altura de ese sueño.
Debemos evolucionar de todas las maneras posibles; debemos experimentar
todos los aspectos de la vida; debemos asegurarnos de que, de las mil
cosas que uno tiene que ver antes de morir, nosotros no vayamos a
quedarnos en la 999. Pero aquí surge una cuestión: ¿no estamos queriendo
abarcar más de la cuenta?
¿Qué podemos hacer al respecto? Lo que necesitamos es empezar a cerrar conscientemente algunas de nuestras puertas.
Las puertas pequeñas resultan bastante fáciles de cerrar. Por ejemplo,
borrar nombres de nuestra agenda, o eliminar el taekwondo de las
actividades de nuestra hija. Pero las puertas más grandes (o las que
parecen serlo) son más difíciles de cerrar. Puede que nos cueste
especialmente cerrar puertas que podrían llevar a una nueva trayectoria
profesional o un puesto de trabajo mejor; también las que se hallan
ligadas a nuestros sueños; y lo mismo ocurre con las relaciones con
determinadas personas.
¿Y tú?. ¿Qué puertas puedes cerrar en tu vida?.
Artículo adaptado de un capítulo del libro: "Las trampas del deseo" de Dan Ariely.
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